HERMOSILLO.- ¡Qué difícil, casi imposible, juzgar el
recital de mediodía del pianista Romayne Wheeler en términos estrictamente
musicales! Desde siempre, el estado mexicano ha sido el principal enemigo de las
comunidades indígenas del país.
Desprecio, indiferencia, abandono, en el mejor
de los casos. Rapiña, despojo, genocidio intencional en el peor. Esto ha
ocurrido, ocurre y seguirá ocurriendo en toda la geografía nacional, pero hay
pocos casos más trágicos que el de la comunidad rarámuri del norte del país,
particularmente golpeada por ese estado depredador. Y he aquí que aparece un
pianista estadunidense quien, abandonando su carrera de concertista, hace suya
la causa de los rarámuri, se instala entre ellos y, con su piano y su voluntad
como instrumentos de cambio, se dedica a mejorar la vida y los prospectos de un
grupo indígena que, como todos los demás en México, vive en condiciones
infrahumanas. Romayne Wheeler se presentó en el concierto de las 14.00 horas en
el Palacio Municipal de Álamos con un repertorio basado en Mozart y su propia
música, con resultados musicales regulares, y con una dinámica escénica que
dejó mucho que desear. Sencillamente: entre los avisos y promociones
protocolarias y curriculares redundantes, la proyección de un extenso video
informativo, y sobre todo una larga y no muy coherente presentación a cargo del
pianista, la música inició media hora tarde, ante la justificada impaciencia de
una parte del público. Por otra parte, el pianista-filántropo incurrió en
algunas inexactitudes históricas y musicales. En todo caso, fue interesante
conocer un poco de su historia, conocimiento que conduce directamente a este
concepto: hay que agradecer cumplidamente a cualquier artista, sobre todo si es
extranjero, que comprometa su vida y su arte en beneficio de una comunidad
mexicana tan lastimada por la negligencia y la agresión de un estado omiso y
expoliador como el nuestro. Así, la parte estrictamente musical del recital
resultó menos interesante que la historia y los antecedentes del Romayne
Wheeler; tampoco ayudó mucho la proyección, simultánea con la música, de un
video mudo que sólo sirvió como distractor… como si el público de estos
conciertos no fuera en sí mismo un generador de numerosos distractores.
Por la noche, una gala operística más formal y de resultados musicales
más sólidos. Bajo la supervisión y producción del historiador, promotor y guía
operístico Octavio Sosa (galardonado la noche anterior con el premio al Mérito
Artístico y Académico 2020), se presentaron la soprano Anabel de la Mora, la
mezzosoprano Diana Peralta y el tenor Andrés Carrillo, acompañados al piano por
Alain del Real. El repertorio: una buena combinación de ópera, opereta y
zarzuela que cubrió una cronología que va desde Mozart hasta Penella. Virtudes
agradecibles de este recital: su duración, la fluidez y la continuidad escénica
aplicada por los protagonistas. Anabel de la Mora abrió el recital a toda voz,
literalmente, cantando la famosa aria de la Reina de la Noche (Der Hölle Rache)
de La flauta mágica de Mozart. Agilidad, buenos agudos, buena intención
dramática, fueron las cualidades de su interpretación, sazonada con algunos
acentos inusuales, cualidades contrastadas más tarde con la delicadeza de su
versión a O mio babbino caro del Gianni Schicchi de Puccini. Por su parte,
Andrés Carrillo se hizo cargo de sendas arias de Massenet, Puccini y
Soutullo/Vert, exhibiendo una voz rica en color que sin duda, en su proceso de
maduración, le permitirá abordar después roles que requieren más cuerpo y pasta
vocal. Diana Peralta cantó y actuó con estilo y convicción dos arias de Carmen
(su rol favorito) de Bizet, así como unas aguerridas Carceleras de Las hijas
del Zebedeo de Chapí. Asimismo, hizo una versión adecuadamente sentimental de
Mon coeur s'ouvre á ta voix del Sansón y Dalila de Saint-Saëns Momento notable
de esta gala operística fue el aria Mein herr Marquis de la opereta El
murciélago de Johann Strauss Jr., en la que Anabel de la Mora sacó a relucir
dosis adecuadas de picardía, espíritu ligero y frivolidad, todo ello muy
adecuado a la ocasión; y claro, buen rendimiento vocal para acompañar la
actuación. En cuanto a los ensambles, especialmente atractiva fue la Barcarola
de Los cuentos de Hoffmann, de Offenbach, bien tejida por De la Mora y Peralta,
mientras que la soprano y el tenor cantaron y actuaron con desparpajo un dueto
de El gato montés de Penella. La percepción global fue la de un recital
operístico bien programado y bien cantado, fresco, fluido y con diversos
atractivos musicales y escénicos; ¿por qué, entonces, el público no se acercó
en cantidad suficiente a esta buena propuesta operística del FAOT 2020?
Misterio…
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