HERMOSILLO.- Ocurre allí. Donde los horizontes son
revelación. La edad crucial. El fundamento para andar los caminos sucesivos.
Tienen en sus manos instrumentos de cuerdas y metales. Tienen la voz.
Tienen la preciosa dirección de quien todo lo sabe: Yamira Clavijo González.
Acuden a sus clases de manera cotidiana. Desarrollan el aprendizaje y
el Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT) 2020, se le oferta como una plataforma
para entregar la consecuencia de los que se cultiva.
Son niños-jóvenes, vienen de Nacozari de García, Sonora. Emanan de ese
proyecto musical denominado El cobre hecho arte, Orquesta Sinfónica La Caridad,
que auspicia Grupo México.
Es el Teatro de la Ciudad de Casa de la Cultura de Sonora, en
Hermosillo, escenario que los acoge en contexto del FAOT.
Podría decir que son veinte o treinta o cuarenta integrantes. El número
sería solo una cifra, lo relevante es lo que el espectador escucha, lo que la
orquesta nos dice en notas, la trascendencia de la emoción que imprimen en esa
edad en la que todo es verdadero. Así lo hacen, con la hermosa y perfecta
armonía que da la concentración.
Cada uno en su lugar, como si los demasiados mundos que se viven en la
actualidad, sin descartar la beligerancia que es violencia, no existieran. La
mirada unilateral vive allí, en el contacto con el arco, la vaqueta, el metal.
Incluso un pandero por demás simpático en manos de la infancia, que cuenta las
más cálida inocencia de un niño que en su cuerpo y mente florea música.
Animarse a bailar es la interrogante que posiblemente inquieta a los
espectadores. Porque el repertorio contiene títulos que son nuestros, con los
que convivimos de niños a la orilla del lavadero dentro de la falda de nuestra
madre.
Bailar en el pensamiento mientras diversos temas se nos revelan como
preguntas: ¿Cómo sería la vida de estos niños-jóvenes integrantes de la
Orquesta si la música no los hubiera tocado?
Quizá las balas, el narcotráfico, o simplemente la abulia andaría
tocando a las puertas de su existencia.
Es por eso que la conmoción asciende. Cuando ya la realidad que oprime
se nos avizora en esta Orquesta como una agrupación que nos subraya el
significado de la palabra esperanza.
Porque tiene la voz de sus directora, la maestra Yamira Clavijo
González (cubana) ese timbre mágico que da la ternura. La sensibilidad a toda
luz con la que guía a sus alumnos.
¿Qué otra cosa podría resultar de esta voz si no la seguridad en cada
uno de los joviales músicos en el momento de aprender el instrumento?
La gratitud es un término que se avizora inmarcesible cuando la
directora se dirige a sus alumnos (que son mis hijos todos, dirá casi al final
del concierto, antes de la despedida). Anteponiendo ese elemento es inefable
que la armonía ilumine la ejecución del programa, E incluso el feliz regreso a
casa que será la misma noche, unas horas después de la concusión del
compromiso.
Y a la música de vuelta: La pilareña y El costeño. Un homenaje al
origen. Don Silvestre Rodríguez, compositor, interpretado por los chavitos del
terruño. Bailar en el interior que ahí no hay imposibles.
Con sombrero vaquero los músicos. El ícono de la región. La historia de
gente que trabaja en el campo y vive de lo que la tierra da. Sonora querida.
Y aplaudir el retorno de la mezzosoprano Eloísa Molina Olivares y el
tenor Jorge Alberto Ripalda, es inevitable, el dúo que enaltece en canto la
tradición de esa memoria de música que somos como sociedad.
Ya para bajar, después de este discurso a manera de reseña, donde la
objetividad pudiera ser una falacia, debo decir que los presentes, los más,
dijimos sí a la propuesta de la directora, y entonamos México lindo y querido.
En compañía de esos niños-jóvenes que nos hicieron creer que la esperanza es
una palabra que aún no marchita.
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