ÁLAMOS.- De nuevo, en la sexta jornada del FAOT 2020,
tarde de cine en el Museo Costumbrista. Y de nuevo, tres cortos sonorenses. Los
dos primeros (El encargo, de Paco Espinoza, y El pueblo de los gatos, de Carmen
Coronado) son ficciones que comparten, además de un cierto enfoque sobre el
paisaje y sus habitantes, narrativas en las que lo cíclico y el destino
anunciado juegan un rol importante en el desarrollo de las respectivas
historias.
En ambos casos, se privilegia la narración a través de las imágenes
más que de las palabras, lo que es una virtud evidente en estos casos.
Hay,
además, pinceladas de lo fantástico que le van bien a estas dos historias, y
estas pinceladas están bien integradas a los elementos más crudos y realistas
de El encargo y El pueblo de los gatos. Por otro lado, ambos cortos presentan
un empleo seguro de los elementos del lenguaje cinematográfico y una corrección
técnica que siempre se agradece.
El tercer corto presentado en esta sesión,
co-dirigido por Emily Icedo y Omar Navarrete es un documental titulado Los
descendientes.
Este corto centra su atención en la comunidad comca’ac (seri) de Punta Chueca y el
interesante caso de la familia Barnett que echó raíces en el territorio y que a
lo largo del tiempo ha dejado una huella importante. El corto tiene en su
centro la depredación de la comunidad comca’ac en tiempos del porfiriato, y
todo aquello que los Barnett y otras familias blancas hicieron para proteger a
los naturales del lugar.
Así, hay aquí una historia de tiempo, tierra,
recuerdos, tradiciones, pérdidas, fundaciones, familias y dinastías, que es
fascinante y, además, social e históricamente relevante.
En sus primeros
tramos, el filme de Icedo y Navarrete parece privilegiar un tratamiento serio y
austero de imagen y encuadre, que por desgracia se deteriora a medida que el
corto avanza, tanto en lo que se refiere a la fotografía como, de manera importante, al sonido. Es
evidente además que a este corto le faltó tiempo en pantalla para contar algo
más sobre los Barnett y sus descendientes, y para dar un cierre conclusivo a la
narración.
Apenas terminada la proyección, se llevó a cabo la gala vespertina en
el Palacio Municipal, protagonizada por el tenor Ernesto Ochoa y el barítono
Luis Castillo. En la alternancia de arias de ópera con algunos ensambles, así
como con canciones argentinas y mexicanas, todo ello con el acompañamiento
pianístico de Héctor Acosta, el barítono demostró una mayor experiencia, mayor
aplomo escénico y una técnica vocal más completa que su colega. Quizá, entre
otras cosas, porque se trata de repertorio poco usual, brillaron las
interpretaciones que hicieron los jóvenes cantantes del Rojo Tango de Pablo
Ziegler (Castillo) y Canción del árbol del olvido de Alberto Ginastera (Ochoa).
En la gala nocturna, el Palacio Municipal de Álamos recibió al
internacional bajo mexicano Noé Colín quien, con la colaboración del experto
pianista Sergio Vázquez, ofreció un programa cien por ciento operístico y de
concierto, sin derivaciones forzadas a otros géneros, cubriendo una cronología
que arrancó en Mozart y terminó en Massenet, aunque no interpretada en orden de
fechas. En lo general, se trató de un
recital muy serio (mas no solemne), bien programado, bien balanceado, bien
cantado y bien acompañado. Una vez más, se extrañó la presencia del público en
mayor número; aquellos que dejaron de venir por no tratarse de un tenor o una
soprano se perdieron una velada musical de alto nivel. En lo que se refiere al
balance mencionado, Noé Colín eligió cantar una serie de personajes operísticos
(y de concierto) alternativamente cómicos (Leporello, Fígaro, Don Basilio,
Sancho Panza, Don Magnífico) y serios (Don Quijote, Pizarro, Rodolfo, Procida),
lo que aportó una muy interesante variedad a la sesión. Como era lógico
esperar, Noé Colín se dio gusto actuando los roles cómicos, y fueron esos
momentos los que le valieron una mejor conexión con el público. En este rubro
habría que destacar sus interpretaciones de trozos de El barbero de Sevilla y
La Cenicienta de Rossini, donde el bajo mexicano logró momentos teatrales muy
atractivos, manteniendo siempre la calidad vocal que mostró a lo largo de todo
el programa. También es preciso señalar que a la pulcritud y precisión vocal en
su versión del aria Riez, allez del Don Quijote de Massenet, Colín supo mantener
al casi siempre chusco Sancho Panza en un perfil dramático contenido, muy
acorde con el reflexivo texto que canta en esos momentos. Una muestra más del
buen tino en la programación de este recital estuvo en el hecho de que las
interpretaciones de Noé Colín fuera de programa estuvieron igualmente bien
elegidas; sendas piezas de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez (una sobria y
evocadora versión de El jinete) y Belisario de Jesús García, interpretadas con
seriedad y sin desentonar, a pesar de todo, con el resto del programa. En suma,
un bienvenido y muy exitoso recital de piezas para bajo, una oferta poco común
en la historia del FAOT. Cabe añadir que en las dos piezas (Chopin,
Villa-Lobos) que Sergio Vázquez interpretó al piano lo confirman como un concertista
de alto nivel, además de que su labor como acompañante fue impecable esta
noche.
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