ALAMOS.- Cuando Ida Luisa Franklin adquirió la quinta
de Las Delicias junto con su esposo e hijo, ignoraba que aparte de los muros
caídos, los arcos devastados, las hectáreas de terreno repletas de árboles
frutales y los tres pozos, la compra incluía un fantasma.
Poco a poco la mansión de estilo neoclásico de grandes pilares fue
reluciendo su belleza hasta estar a la altura del mote con el que la gente del
pueblo de Álamos la conoció muchos años atrás: “El cisne blanco del valle”.
Pero no solo el lustre empezó a notarse en la mansión, también una
presencia que no era parte de la familia, al menos de la actual. En las
habitaciones empezaron a moverse objetos como si hubiera corrientes de aire
ocultas o un olor característico a rosas blancas anegaba la casa.
Fue la primavera de 1960 cuando Margarita Franklin se encontraba
acostada en su aposento, despertó de improviso y descubrió una figura femenina
resplandeciente en el umbral de su cuarto. Aterrorizada gritó preguntando que
si quién era. La mujer no le contestó y simplemente se fue. A la mañana
siguiente, su tía le mintió diciéndole que era ella en camisón y que solo se
había asomado para ver si dormía. Meses más tarde, otra sobrina, Darlene
Chubbuck, tuvo otro encuentro sin explicación. Una refulgencia salía del
interior del ropero del cuarto donde dormía. Dicen que durante toda su estancia
en Las Delicias no volvió a dormir con la luz apagada.
Fue entonces que la dueña decidió indagar sobre el misterio de Las
Delicias a raíz de los dos sucesos relacionados con sus sobrinas. Su sorpresa
fue grande cuando al preguntarle a su mayordomo, Rómulo, éste le dijo que la
mayoría del pueblo conocía la leyenda de La Dama Blanca. “No se preocupe, creo
que vea a La Novia, ella vaga de espejo en espejo, como esperando a alguien, y
aquí no hay nada que la refleje”, apuntó Rómulo la sala llena de pinturas de la
dueña.
Ida Luisa Franklin comprendió de golpe el motivo de que mucha gente le
preguntaba por qué quería comprar esa casa. Pero el origen de La Dama Blanca va
más atrás. Se dice que estuvo perdidamente enamorada de un primo hermano con el
que le gustaba pasear por un jardín lleno de rosas blancas. Su padre no vio con
buenos ojos esa relación y le impuso un marido igual de rico y noble que la
familia. Cuentan que la boda fue un derroche de dinero donde las mujeres más
prósperas usaron vestidos traídos de Europa y zapatillas hechas con los
habilidosos artesanos del pueblo mientras que los hombres lo hacían con levitas
hechas a la medida. La novia utilizó para su boda un encaje bordado a mano,
blanco, junto con un velo de exquisita seda. Fue tanto el despilfarro que el
padre de la futura despojada mandó poner losas de plata desde su casa hasta la
puerta de la iglesia. Para ese entonces ya habían mandado todas sus
pertenencias los nuevos esposos a la mansión de Las Delicias, lugar donde
vivirían.
La tarde del casamiento el cielo se nubló y las nubes empezaron a
quebrarse en agua como una señal de que un mal presagio se acercaba. Después de
la ceremonia y ya en plena fiesta, el novio hizo un par de suertes montando su
caballo. Un trueno traicionero y lo resbaloso de las baldosas provocó la caída
del jinete. Otros, dicen que fue el sombrero del despechado primo que voló
enfrente del caballo y asustó al animal. Lo que quedó claro es que el novio
cayó al suelo de manera estrepitosa. El médico del pueblo hizo lo posible para
salvarlo. El novio quedó con vida, pero jamás pudo volver a moverse. El galeno
recomendó que diariamente lo pasearan a bordo de un carruaje tirado por
caballos desde la casa de su suegro, donde quedó recluido, hasta “El cisne
blanco del valle”, la casa que nunca llegó a ocupar el matrimonio.
Muchos años después, cuando la muerte llegó a esa familia, es que los
lugareños empezaron a avistar a la Dama de Blanco quien recorría el pueblo con
su traje de novia durante las madrugadas hasta ingresar a la mansión, que queda
justo enfrente del panteón municipal, pararse frente a un balcón y esperar toda
la eternidad para poder consumar su amor.
Tal vez fuera cierto lo que dijo Rómulo a Ida Luisa Franklin aquella
tarde ya tan lejana, que un tiempo La Dama Blanca estuvo feliz porque Las
Delicias retornaron a su antiguo esplendor, pero ahora que la mansión ha vuelto
a estar en ruinas y solo es custodiada por un candado oxidado y un extraño
perro pulgoso, lo más probable es que desde las ventana rotas te observe cuando
pases por el lugar mientras la noche empieza a oler a rosas blancas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario